El cantante presentó una renovada versión de su expresión artística, en una noche en la que se cortaron 16.300 entradas. También se destacaron la Bruja Salguero y Bruno Arias.
La presencia de Abel Pintos en los miércoles de Jesús María, volvió a dar un golpe: 16.600 entradas vendidas. Las boleterías estuvieron abiertas hasta unos minutos antes de su presentación, a las dos menos cuarto de la mañana. La gente había seguido llegando hasta muy tarde, guiada por el faro de su presencia en una noche que arrancó con la breve asistencia del presidente Mauricio Macri.
El escenario, tuvo cosas interesantes que contar, desde las saludables intenciones vocales de Los del Portezuelo, antes de la apertura televisada. Luego, el protagonismo lo tuvo la armónica marchosa de Fabricio Rodríguez, que apura un repertorio amplísimo en el que además de chacareras,zambas y chamamés, caben cumbia, cuarteto, Zorba el griego, tarantela.
A continuación tres episodios de calidad sobresaliente, que se potenciaron aún más teniendo en cuenta que estaban en una misma hoja de la programación del festival.
Primero, la Bruja Salguero, dejó en claro su riojana manera de abordar canciones. Con la fresca potencia de su voz, sabe del sentido de lo que canta y además, esta vez también sabía del desafío que le planteaba el espacio y el tiempo. Por eso es que ella y la banda se se hicieron fuertes y conscientes para dejar en evidencia la sustancia de lo que ofrecen.
Luego, el jujeño Bruno Arias, desplegó en algo así como un cuarto de hora una fuerte vivencia concentrada. Por empezar, la generosa banda que lo apuntala alcanza una contundencia en pulso y musicalidad poco común. Luego, es el cantor el que termina de hacer la diferencia con claridad de concepto y de actitud artística para transitar música argentina, en particular la de su región.
Abel Pintos traía consigo un montón de toques que tienen sobre todo que ver con la sintonía de su expresión, con su condición de artista.
Cantó canciones de su reciente disco Once y muchas de sus canciones conocidas. Sumó un saxo y una trompeta a los sonidos de su banda, y hasta se dio el gusto de algunos delicados juegos con esos vientos, mano a mano con la guitarra y hasta sólo acompañado por percusión.
Es un hijo de los festivales, y aunque ha tomado otro camino, en la mixtura que cabe en estos escenarios tiene su lugar. Apenas si hubo un puñadito de folklore, y el resto, se sabe, fue su consabido pop romántico, aunque cada uno de sus testimonios de amor parecen testimonios definitivos por la manera en que consigue representarlos, más allá del mucho o poco vuelo de sus construcciones poéticas.