EFEMÉRIDES //
Multifacético, talentoso, idealista, irreverente, Leonardo Favio fue todo lo que pudo y quiso ser. Actor, director, cantante, poeta del pueblo y soñador incorregible. Su vida parece una película escrita por él mismo, llena de belleza, dolor, ternura y rebeldía. Aunque nació entre la pobreza y la ausencia, conoció el frío de los institutos de menores y la intemperie del alma, en lugar de resignarse, eligió convertir las heridas en arte. Desde el barro que pisó, el niño que una vez durmió en una comisaría se transformó en una de las voces más profundas y queridas de la cultura argentina.
Fue un poco de todo, y a ese todo lo hizo bien. Cuando cantaba, el escenario se convertía en un confesionario; cuando filmaba, la cámara era un corazón latiendo. Con su primer largometraje, Crónica de un niño solo, mostró la soledad de los olvidados con una honestidad que estremeció al mundo. Con Fuiste mía un verano, regaló la melodía del amor perdido a millones que aprendieron a llorar con su voz. Y entre película y canción, entre el aplauso y el silencio, siguió siendo un hombre enamorado de su pueblo, de su gente, de su destino.
Decía que el arte debía “testimoniar el llanto” y él lo hizo. Lo testimonió en las pantallas y en los escenarios, en el gaucho que lucha por lo suyo y el niño que sueña; como en la tristeza de una rosa marchita y en la esperanza del amor que vuelve. Leonardo Favio fue una patria de sentimientos, un espejo donde el país se vio reflejado con sus contradicciones, sus pasiones y su infinita necesidad de belleza. Murió de neumonía, a los 74 años, el 5 de noviembre de 2012.










